miércoles, 2 de enero de 2013

Capitulo XXXI


31





Esa tarde, Michael Pedicone salió furioso de casa de Frank, con maleta en mano y sin rumbo fijo. Dio vueltas por el vecindario un buen rato, pensando que Frank lo llamaría. Claro, nunca lo hiso. Después decidió salir de la ciudad, pensando en que hueco refugiarse, puesto que no tenía casa. No podía volver a casa de su ex esposa y decirle: Terminé con mi amante, porque el que te deje después de sufrir un aborto ¿volvemos? No, no había forma de que él haga eso. Sobre todo porque su ex esposa lo odiaba a muerte y había jurado que si él volvía a pisar la casa, lo quemaría vivo.
Tampoco podía volver a casa de su madre.
Desde que se enteró que dejo a su esposa por el enano de la banda donde este mismo lo botó como un perro, le dijo a su hijo que había perdido a su madre. Además de que sus hermanos no soportaban el hecho de que su heterosexual, casi italiano hermano sea gay. Claro, Pedicone les había dicho que no era gay, que eran amigos. De qué bueno, si había pasado algo, más que algo. Ya, está bien, me lo tiro. Pero yo soy el activo, por si acaso. A mí nadie me la mete hermano, mi sangre italiana no me lo permite. Yo soy el que se revienta al enano, a mí ni me toca. Bueno si, pero no como piensas, nada doloroso. De igual manera, sus hermanos no se habían tragado ese cuento y le habían dado la espalda.

Así que siguió dando vueltas en la ciudad con el poco dinero que traía en el bolsillo. Dinero que por cierto era de Frank. Pedicone no trabajaba, bueno, tenía uno que otro cachuelo, pero un trabajo fijo. No.
Era peluquero, pero luego de que casi le corta una oreja a un cliente, se había quedado sin estos. Y cuando intento ser peluquero de perros, tuvo que renunciar el mismo día, porque los perros lo odiaban. Pedicone nunca entendió el porqué de eso, luego sospechó que los perros de Frank habían conspirado para que se quede sin trabajo. Pero claro, eso es parte de su imaginación. Aunque quien sabe, Frank estaba tan cabreado cuando lo hecho de la banda, que movió tantas influencias que Pedicone no conseguía trabajo, su esposa lo mantuvo hasta que el mismo se fue de la casa.

Así que ahí estaba. Dando vueltas por la ciudad. Cabreado con Frank, por que seguía escribiéndole a Gerard. Diciéndole que sólo sentía agradecimiento por él.
¿Agradecimiento?
Enano de mierda, encima que perdone que me botaras como un perro de la banda, de que no haya podido tener un maldito trabajo musical, gracias a toda la mierda que me tiraste. Que a pesar de todo ello, te haya contestado el teléfono esas veces en las que Gerard no podía verse contigo y te dejaba tirado en un hotel de mala muerte en la carretera. Donde yo, sí, yo me iba como un pelotudo a saciar tu cuerpo, mientras mi pobre esposa se rompía el lomo para llevarme a París.
Ah no, Frank. Eso no se hace.
Los ojos empezaron a escocerle, pero se contuvo. No iba a llorar. No.
Pedicone contó el dinero que tenía. Le alcanzaba para tomarse un par de cervezas, quizás 4, quien sabe, si el mesero lo reconocía hasta podía regalarle una. Así que entro a uno de esos bares concurridos por estrellitas de rock, esas con y sin trabajo, que siempre estaban con sed y se metían a emborracharse a ese hueco. Pidió una cerveza y la seco a la primera, mientras picaba del maní que habían servido de piqueo a lado, y pensó en Frank. Pensó mucho en él. En como lo quería. Cómo odiaba que no él no lo quisiera.
Pidió otra cerveza que también seco al instante.
Y se puso a llorar.

-   ¿Michael?

Pedicone levantó el rostro lleno de lágrimas. A su lado, ya se habían juntado 4 botellas de cerveza.

-   Soy Shaun, Shaun Simons. Nos conocimos gracias a Gerard Way. ¿Me recuerdas?

Pedicone no tenía la más mínima idea de quien era ese tipo y sinceramente no le interesaba. Vestía raro y tenía cara de loco, además estaba llorando y no le gustaba que nadie lo viera llorar. Y menos por esa perra malagradecida. Pero si sabía quién era el miserable que los presento. Gerard. Ese cabrón hasta muerto seguía perturbándole la existencia.

-   Lo siento, no…
-   No importa, me enteré que vives con Frank ¿Están juntos?

Ahora sí Michael levantó la cabeza. ¿Quién rayos era este tipo?

-   ¿Cómo sabes eso?
-   Me lo contó Gerard
-   Gerard está muerto – dijo Pedicone
-   Si, bueno, me lo dijo antes de morir
-   Ya
-   ¿entonces si están juntos?
-   Bueno, si... no, espera, no… ya no – dijo rompiendo en llanto
-   ¿Paso algo?
-   Bueno… oye en realidad, prefiero…
-   Tranquilo. No eres el único al que esa perra le rompió el corazón
-   ¿De qué…? ¿De qué hablas?
-   Yo también me acostaba con él
-   Ah…
-   No te preocupes, fue ya hace algún tiempo. Era el consuelo de Frank, cuando Gerard lo dejaba

Pedicone se cabreó más. Primero, porque él pensaba que era el único consuelo de Frank. Segundo, porque Frank se había abierto de piernas con alguien más, posiblemente en el tiempo en el que también se abría de piernas con él y con Gerard claro. Tercero, ese sujeto ya le caía mal. Sobre todo porque si lo veías bien… tenía un parecido a Gerard. Sí, eso. Se parecía a Gerard. Su forma de hablar, de vestir, no sé. Pero algo tenía.

-   Oye… quiero estar solo
-   Descuida, ya me voy. Sólo te doy un consejo. Si quieres a Frank, cómo parece que haces… si, digamos que tu llanto te delata. Búscalo. Y hazlo antes de que sea demasiado tarde. Ya sabes cómo es Frank. Lo más probable es que a estas alturas ya esté buscándote reemplazo.

Los ojos de Michael se abrieron como platos y se cabreó aún más. Por qué sabía que ese tipo le estaba diciendo la verdad. Frank no podía estar sólo ni un minuto. Siempre estaba mendigando amor a alguien. Sobre todo, estaba mendigando sexo.
Necesitaba a Frank. Necesitaba volver con él. Joder, lo quería. Realmente lo quería. No podía permitir que Frank busque a alguien más. No podía concebir esa idea. Frank era lo único que tenía.
Michael tiro los únicos billetes que traía en el bolsillo en la mesa y salió del bar casi corriendo.
Shaun de pie en la mesa aún, esbozó una sonrisa.

Pedicone prácticamente se aventó en el auto y manejo a toda velocidad.
No tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido dando vueltas y menos en el bar. Esperaba que en ese tiempo, Frank aún no le haya buscado remplazo.
A medio camino, el auto comenzó a pedir gasolina. Tenía el tanque vacío.
Mierda.
Corrió lo más rápido posible a un grifo, pero quedo a un kilómetro. Empujo el auto en todo ese trayecto. Sacó su billetera y sólo tenía 75 centavos.  Busco bien y encontró su tarjeta de crédito. Bueno, la tarjeta de crédito que su esposa muy gentilmente le había dado para sus gastos. ¿La habría cancelado?
Michael la introdujo en el tanque de gasolina y marco la clave.
La tarjeta seguía activada. Pedicone sonrió y llenó el tanque. Mientras entró al market del grifo y compró con la tarjeta un ramo de rosas rojas y condones. Luego se arrepintió, cuando su ex mujer vea la cuenta, iba a matarlo. Pero ya estaba hecho y era por una buena causa.
Reconciliarse con Frank.

Con una sonrisa en los labios estacionó el auto, metió los condones en sus bolsillos, y sostuvo el ramo de rosas.
Cuando introdujo las llaves en la cerradura se percató que la puerta había sido forzada. La chapa estaba rota. Entro a la casa, avanzó despacio y algo lo golpeó. Lo rompió. Le partió la cabeza en dos. Y también el corazón. Fue ahí, donde empezó la noche para él.
Cuando volvió en sí. No podía abrir los ojos. Es más no los sentía. Sólo vio tinieblas. Lo peor de todo, era que no se podía mover. Su cuerpo no respondía.
La siguiente vez, algo pudo ver con un solo ojo. El otro estaba muerto. Destrozado. Todo para él eran imágenes difusas, borrosas. Tampoco escuchaba. Estaba casi sordo del todo. La voz no le salía. Ni siquiera un gritillo, un gruñido. Nada. Sus músculos seguían sin responder y su ojo nublado se cansaba rápido y lo llevaba a las tinieblas. Hasta que un día, su cuerpo poco a poco comenzó a responder. Empezó a escuchar mejor. Y su visión poco a poco se iba esclareciendo. Mientras la sangre se derramaba alrededor suyo.

Pedicone vio a su enfermera y lamentó no haber hecho nada por ella. Quizás con mucho esfuerzo, podría lanzarle algo en la cabeza a uno de ellos. ¿Pero a los dos? Mikey estaba enloquecido y Frank… estaba loco. Completamente loco. Así que se quedó quieto como siempre. Escucho sus voces, sus gritos, hasta que la voz de Mikey se apagó. Estaba muerto, no tenía la más mínima duda. Luego hubo un silencio. Y llanto. Frank lloraba. Lloraba desconsoladamente. ¿Era Frank?
¿Seguía viendo a un encapuchado o es que ya se dio cuenta de que no existía?

El perro que Frank rescató de la carretera a la casa. Olió a Pedicone y a la enfermera muerta a sus pies. La lamió. Michael levanto el pie para ahuyentarlo, pero el perro lo ignoró y siguió lamiendo la sangre de la muerta. Michael estuvo a punto de levantarse de la silla de ruedas para así impedir que el perro se coma a su pobre enfermera, pero se quedó sentado por el grito furioso que vino de dentro de la casa. No parecía una voz humana. No, es que él no era humano, era un maldito monstro.
¡Trash! Un sonido de vidrios rotos vino de fuera de la casa.
Ras,…. ras,… ras… unos pasos furiosos de acercaban hacía el sonido de vidrios.
Frank avanzaba con un cuchillo en la mano.
Su rostro estaba lleno de lágrimas. Sus ojos estaban hinchados.
Pedicone no podía reconocer al sujeto que caminaba cerca de él con un cuchillo en la mano. Ese no era su Frank. No, no era el hombre por el perdió la cabeza. No podía ser el mismo, por quien dejo a su esposa, se peleó con su familia y se quedó sólo, prácticamente en la calle.
Pedicone quiso levantarse, empujarlo, arrancarle la ropa. Besarlo y poseerlo. Hacerle recordar quien era. Hacerlo volver en sí. Pero tuvo miedo.
Se quedó en silencio, mirando a punto fijo con su único ojo bueno. Intentó no respirar, no emitió el mínimo.
Frank sin embargo, emitía soniditos extraños. Se reía, pero a la vez lloraba.

-   Oh Gerard, mi amor yo sólo quería… – dijo al final y se arrodilló en el umbral de la puerta –Yo sólo quería… un poquito de ternura – susurró tocándose la cabeza – No es mucho pedir ¿sabes? Sólo un poquito de verdad, de amor

El sonido de los vidrios cayendo por pedazos lo atrajo. Un brazo salía de la camioneta arrancando los cristales adheridos en el borde. Otro brazo ayudando a quitarlos y poco a poco se empujaba hacía afuera.
¿Quién estaba en la camioneta?
Los brazos eran pequeños. Delgados.
¿A caso Frank tenía a sus hijas…?
Lily no podía ser. Sus brazos eran más gorditos. Además, no la veía arrancando vidrios, si no, llorando dentro. Cherry. Ella tenía que ser. Pero… ¿Qué hacía Cherry con Mikey y Frank? A menos que… sea la hija de Gerard.

Los brazos desesperados arrancaban los vidrios con fuerza. Unos grititos de dolor venían. La sangre de sus manos se pegaba en los cristales. Poco a poco la cabeza salió.
Tenía que salir de ahí ha como de lugar. El tiempo se estaba terminando. Había demorado tanto en romper el vidrio. Tanto. Sus manos sangraban. Los vidrios estaban por todas partes, pero no importaba. Que importaban los cortes. Ella se había hecho unos más profundos y seguía viva.
Frank observó la escena con el cuchillo en mano y seco sus lágrimas. Avanzo despacio hacía la camioneta y habló tiernamente

-   Te vas a cortar cariño, déjame abrirte la puerta ¿Si? – le dijo Frank con ternura

¿Puedo ser la única esperanza para ti?

Bandit comenzó a gritar y se lanzó nuevamente hacia el coche.
Se golpeó la cabeza y Cherry apareció de repente  en su mente.
Cherry siempre estaba en su mente, aunque se empeñara en negarlo.

-   ¿Me quieres?

Bandit beso los labios de Cherry. No le dijo que la quería. No era necesario. Cherry sonrió y se besaron otra vez.

-   Síguele la corriente, mi papá está un poco loco desde que el tuyo murió – le dijo Cherry acariciándole el cabello
-   
-   ¿Pasa algo?
-   Si no vuelvo en una hora, búscame
-   ¿Qué?
-   No puedo decírtelo ahora… no me dejes sola, si me quieres, no me dejes sola
-   ¿Sucede algo? Estas temblando Bandit tu nunca tiemblas ¿Qué sucede?
-   Por favor… - suplicó Bandit

Cherry la abrazó. Beso sus labios. Bandit estaba fría. Asustada.
Frank apareció de repente, su mirada estaba perdida. Beso a su hija en la frente y se llevó a Bandit.

-   ¿A dónde van papá?
-   Voy a llevar a Bandit a ver a Alicia
-   ¿Puedo acompañarlos?
-   Alicia no es tu familia. Quédate cuidando a tu hermana y no salgas
-   Pero…
-   ¡No salgas! – gritó su padre dando un fuerte portazo

Bandit parpadeó por un instante.
¿Realmente iba a morir ahí mismo?
Estaba mareada por el golpe, por Cherry.
Los recuerdos la abrumaban.
Cherry la abrumaba. Su amor por ella la abrumaba.
No era correcto.
No podía quererla.
No.
No podía querer a la hija de ese loco de mierda.

Pero sus besos aparecieron otra vez. Cherry, le sonreía. Le decía que la quería. Que estaría con ella por siempre. Su padre bajaba dentro de ese frío ataúd y Cherry apretaba su mano. La apretaba y le repetía que la quería. Todo estará bien. Yo estaré contigo siempre.

-   Siempre he pensado que yo no te gusto – le dijo Frank con ojos tristes, volviéndola a la realidad
-   Cherry nos espera en casa ¿Ok? Llévame con ella
-   Tu papá me ama ¿sabes? Ahora que tu mamá murió, nos vamos a ir a vivir juntos lejos
-   Mi papá está muerto. ¡TÚ LO MATASTE!
-   Tú no me quieres Bandit, no me quieres como tu segundo papá, por eso tengo que deshacerme de ti ¿entiendes? – dijo metiendo la cabeza en la camioneta.

Bandit le lanzó una patada en la quijada. Frank se la tocó y le cayó una lágrima del rostro.

-   ¿Sabes? Gerard hace lo mismo. Cuando se enoja también me pega, a mí y hasta a las niñas…
-   Déjame en paz, ¿Dónde está mi tío?
-   Tengo que deshacerme de ti para que él sea bueno otra vez, tú lo amargas, tu madre lo amargaba
-   ¡MIKEY! ¡AUXILIO AYUDENME POR FAVOR!


Frank forcejeó la manija de la puerta, pero esta no cedía. Con el cuchillo en la mano introdujo su cuerpo en la ventana y cogió fuertemente a Bandit con ambas manos, arrastrándola hacia afuera. Esta gritaba histéricamente, mientras se defendía con todas sus fuerzas. Pero era inútil.
Al fin el cuerpo de Bandit salió arrastras de la camioneta. Tenía vidrio roto pegado en el cabello y la espalda.
Frank la lanzó al asfalto, mientras sus lágrimas seguían cayendo por su rostro

-   Lo siento Bandit, pero tu papá es malo cuando esta con ustedes. Es malo conmigo. Muy malo ¿sabes? – dijo pisando la pierna de Bandit
-   No me mates, por favor – dijo con el rostro lleno de dolor
-   Además, no me gusta que estés con mi hija. Ustedes los Way son malos con nosotros.

La otra pierna de Frank pisó el estómago de Bandit, haciéndola chillar de dolor. Este se sentó sobre ella sin quitarle la vista de los ojos. Sus ojos verdes, grandes. Esos ojos hermosos de Gerard. Su Gerard. Las lágrimas comenzaron a caerle nuevamente por el rostro. La cuchilla temblaba en sus manos.

-   Si él tan sólo me hubiera dado un poquito de amor

El cuchillo rozó la pupila de Bandit, al mismo tiempo que una piedra grande cayó sobre la cabeza de Frank. Michael Pedicone apareció detrás de ellos con el rostro desfigurado,  una cojera y mucha cólera por dentro. No podía permitir que Frank siga lastimando a más gente. No iba a permitir que mate a una pequeña. No. Frank cayó desmayado sobre el cuerpo de Bandit, quien se escabulló y se levantó rápidamente del suelo. Aún podía sentir el frío del cuchillo en su ojo. Se puso a llorar de nervios, mientras abrazaba a Michael Pedicone.

-   asss llaaaes lel auttto? – preguntó Pedicone

Bandit estaba en shock. No escuchaba a Pedicone. En su mente rondaba su padre gritando, empujando a Iero, golpeándolo.
No me dejes. Repetía Frank. Por favor, no me dejes.
Ambos le arrancaron la ropa, lo lanzaron al suelo.
Jarrod riéndose. Frank chillando. Su padre destrozándolo.
Agárralo Jarrod. Agárralo fuerte, a ver si se le quitan las ganas de enviar anónimos.
¿Estará muerto? Preguntaba Jarrod. Gerard estaba nervioso.
Mierda, lo matamos. ¿Frank? ¡Frank, despierta!
Un sonido fuerte.
Un grito.
Jarrod cayó muerto al suelo.
Frank tenía los ojos volados.
Un guante negro. Una capucha negra.
Su padre sangraba. Agonizaba.
Los mataste, repitió.
Los mataste Frank. Los mataste. Estás loco, loquito.

Todo había pasado muy rápido. Ella se había escondido.
Lo siguiente que supo, fue que su padre había sido encontrado en un acantilado muerto.

-   Ass llaess? – insistió Pedicone

Bandit lo miró y se asustó. Su rostro desfigurado, estaba rojo por el esfuerzo. Ella lo miró y movió la cabeza a ambos lados. No sabía dónde estaban las llaves. Si lo hubiera sabido, se abría largado hace mucho rato.
 Michael tomó su mano y la jaló hacia el bosque. Bandit estaba tan asustada, que dudaba si seguir al deforme ese, o meterse a buscar a su tío en la casa.

-   Aammos – decía Pedicone jalándola

En eso, Frank comenzó a recobrar el conocimiento y vio a Pedicone de pie.

-   ¿Michael?

Pedicone levanto una piedra del suelo. No era muy grande, pero era una piedra. Le dolían las piernas por el esfuerzo.

-   Nnn t mmmuvass
-   Oh Michael, estás bien
-   ¡Quiiiiieto!

El sonido de un auto se acercaba a la casa. Bandit hecho a correr hacia este, mientras Pedicone intentaba moverse del lugar, pero no podía. Las piernas lo estaban matando. La cabeza le estallaba de dolor. Y su ojo, poco a poco volvía a las tinieblas.
La piedra que tenía en la mano se cayó a sus pies, mientras Frank muy despacio, se incorporó con el cuchillo en la mano.
Pedicone quiso escapar, pero su cuerpo se rindió. Frank se lanzó sobre él con el cuchillo en la mano, pero cayó de bruces al suelo en el momento que iba a apuñalarlo.

Michael abrió el único ojo casi ciego que le quedaba a ver qué demonios había pasado, pero su visión cada vez estaba más borrosa. Lo único que pudo ver, fue una sombra oscura arrastrando el cuerpo de Iero hasta la casa.
Cuando volvió a abrir el ojo, estaba en un hospital, con su ex esposa, sus hermanos y su madre alrededor suyo.